Ang Lee |
Ang Lee es una especie de director-todo-terreno del que se ha alabado su capacidad para rodar historias tan aparentemente heterogéneas como esa fantasía sobre artes marciales que es Tigre y dragón (Wo hu cang long, 2000) o los problemas sociales de la homosexualidad en El banquete de bodas (The Wedding Banquet, 1993) y Brokeback Mountain de 2005, o el culebrón decimonónico de denuncia social Sentido y sensibilidad (Sense and Sensibility, 1995) o la crítica social en La tormenta de hielo (The Ice Storm, 1997). Pero, ¿no aparece demasiadas veces en esta serie la palabra social? Quizá sea que esa aparente heterogeneidad del cine de Ang Lee no es sino la versatilidad del auténtico director de cine al estilo clásico para, en definitiva, bucear por caminos diversos en lo que en realidad le interesa, y que en este caso es, claro, la relación de ese extraño animal llamado hombre consigo mismo y con sus congéneres, esa relación que da lugar a los llamados problemas sociales presentes en toda la obra de Lee, algo que recuerda a los grandes como Fritz Lang o Billy Wilder maestros también de la diversidad y con los que Lee comparte en cierto modo, y salvando todas las distancias, que son muchas, esa especie de extrañamiento de quien vive en un entorno distinto del que le es propio.
En Comer, beber, amar, Ang Lee se enfrenta a una conflictiva relación generacional, problema que seguramente conoce bien, ambientada en la populosa Taipei de su Taiwan natal: un viejo cocinero, maestro de la cocina tradicional y sus tres hijas a una de las cuales, en un irónico guiño, Lee pone a trabajar en una hamburguesería, la misma ironía con la que convierte a otra de las hijas en cristiana que bendice esas mesas llenas a rebosar de comida china, o, en fin, en ejecutiva triunfadora a la otra hija que, curiosamente, será la que establezca el puente de unión con el padre, es decir, con la tradicción. Y es entre esos personajes que siempre están un poco a caballo entre el pasado y el presente donde Lee se mueve como pez en el agua, saltando del humor al drama, de la parodia al dolor en un ejemplo perfecto de control del tempo narrativo, como la introducción en la historia de la verborreica vecina que va a propiciar un divertido malentendido. O la sobria representación del dolor en la muerte del compañero del viejo Chu… Con un eficaz manejo de las comparaciones, la película bascula de la tradición que representa la manera de entender la cocina de Chu a la modernidad que encarnan sus tres hijas. Así por ejemplo, los planos generales del caótico tráfico de Taipei anteceden siempre a las secuencias del cocinero dedicado a su oficio, que Lee filma con primoroso cuidado. Con el mismo cuidado con el que dibuja a los personajes, atento siempre a sus miradas de las que se sirve con gran acierto para expresar sensaciones, sentimientos o estados de ánimo. Impagable la expresión de desconfianza que refleja la mirada de Chien-lien Wu (extraordinaria en toda la película) en la escena del restaurante con su compañero de trabajo. Impagables las miradas de todos los actores en la escena en la que el viejo Chu (extraordinario Sihung Lung en su composición del cocinero) anuncia que va a casarse… e impagable la sorpresa oculta detrás de ese anuncio.
A destacar, ya se ha dicho, el mimo con el que están filmadas todas las secuencias de cocina, una pequeña lección de la suntuosa gastronomía china, un disfrute que ese magnífico gourmet que es Ang Lee nos regala. Una verdadera delicia.
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Título original: Yin shi nan nu
Año de producción: 1994
Duración: 123 min.
País: Taiwán
Director: Ang Lee
Guión: Ang Lee, James Schamus, Hui-Ling Wang
Música:Mader
Fotografía: Jong Lin
Reparto: Sihung Lung, Yu-Wen Wang,
Chien-lien Wu, Kuei-Mei Yang,
Sylvia Chang, Winston Chao,
Chao-jung Chen,
Lester Chit-Man Chan
Yu Chen, Ya-lei Kuei
Género: Comedia, Drama
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