13 de diciembre de 2011

La grande bouffe

Marco Ferreri
Hace un montón de años  que no veía La grande bouffe  y al revisarla ahora me han sorprendido dos cosas. No, tres. Primero, la extraordinaria frescura con la que se conserva, cómo sus personajes y sus vicisitudes siguen siendo tan vigentes como lo eran hace casi 40 años;  después, que a pesar de ser considerada como la película sobre gastronomía casi por antonomasia sea en realidad otro ejemplo de cómo la comida se utiliza en el cine como excusa:  es verdad que en este filme se guisa y, sobre todo, se come, pero se hace para, a través de ello, hablar de otra cosa;  y, finalmente, releyendo críticas y comentarios de la época de su estreno, la casi nula mención a sus hipotéticos valores cinematográficos (o a su ausencia.) Cierto que la película es de una desmesura y una explicitud que impacta con fuerza en nuestro sentido de eso que llamamos el buen gusto, pero no deja de resultar chocante que prácticamente todos los críticos (profesionales y aficionados) se hayan dejado impresionar por los aspectos formales de esta, en apariencia, grande boutade pergeñada a medias entre Azcona y Ferreri. Cierto también que la crítica de la década de los setenta del siglo pasado estaba muy influida por la revolución antiburguesa  de Mayo del 68 y que lo habitual y aún lo considerado obligatorio era hacer lecturas sociales de casi todo. Y es claro que la película puede considerarse (también) una metáfora de la descomposición de la burguesía, metáfora muy en boga entonces y cuyo epítome puede considerarse  Salò o le centoventi giornate di Sodoma (1975), otra boutade, esta sí, aunque de índole distinta con la que Pasolini escandalizó a la, así  llamada, progresía de su época. Se ha hablado asimismo, negativamente, desde luego,  del nihilismo que supuestamente impregna toda la historia sin percatarse de que en realidad estamos ante una propuesta profundamente ética. Y cuando digo ética no hablo, claro, del enfoque simplista y reduccionista, de cariz religioso, del término, sino de una postura en la que se considere el derecho a vivir y a morir como opción personal, lícita e irrevocable del ejercicio de la libertad en un sentido estricto, más allá de convenciones sociales y religiosas. Sí, ya sé que con esto nos metemos en terreno resbaladizo, pero es que me parece que es por ahí por donde hay que valorar la desmesura que tanto impresiona todavía cuando se ve esta película. En ella, es sabido, se narra la  decisión de cuatro amigos de poner fin a sus vidas, y en ella se nos ofrece un complejo análisis de sus personalidades. No hay explicación de por qué han llegado a esa decisión, y no hace falta. Todo lo que rodea a la historia es accesorio, sólo importa la inflexible perseverancia de los cuatro amigos para conseguir su propósito. 
Las comilonas, las putas, la escatología de algunas escenas como en la muerte de Michel Piccoli no son más que los chistes de niño grande con los que Azcona/Ferreri tratan, quizá, de exorcizar su propia incomprensión ante esa decisión tanto más aterradora cuanto más incomprensible…  Pero además Azcona y Ferreri utilizan esa desmesura como excusa para, como decía al principio, hablar de otra cosa, exactamente para narrarnos una de las más sutiles historias de amistad, no exenta de connotaciones eróticas, (la ambigua relación Piccoli-Mastroiani). Por lo demás, claro que hay sexo, ¿es necesario a estas alturas ponerse freudiano y volver sobre la inextricable relación entre eros y tánatos? Claro que la película tiene una vertiente esperpéntica, como era de esperar chez Azcona, vertiente que Ferreri muestra con una fría objetividad que, paradójicamente, la hace más excesiva. Y esa  objetividad, sin una sola estridencia, sin innecesarios alardes, con una sencillez expositiva que es uno de los mayores aciertos del procedimiento expresivo elegido por Ferreri, consigue que hasta las mayores truculencias resulten verosímiles. Admirable es también el perfecto tempo con el que discurre la historia, una especie de crescendo punteado por  momentos de relax narrativo tras el estupor que sigue a cada muerte,  y que acabará con el sutil diminuendo de Andrea Ferreol alejándose de Phillippe Noiret y con el que acaba esta magistral lección de cine. De los actores sólo es posible decir que todos, sin excepción, se mueven en un fascinante estado de gracia interpretativa que hace que todos los personajes resulten creíbles, prueba también de la maestría de Ferreri como director de actores y de la maestría de Azcona como creador de tipos humanos. ..
Para acabar, y para los curiosos, este enlace donde se pueden ver las recetas de los platos servidos en esta gran comilona.



Ficha:
Título original: La grande bouffe
Año de producción: 1973
Duración: 125 min.            
País:  Francia, Italia
Director: Marco Ferreri
Guión: Rafael Azcona
Música:  Philippe Sarde
Fotografía: Mario Vulpiani
Reparto Michel Piccoli, Ugo Tognazzi,   
                 Philippe Noiret, 
                 Marcello Mastroianni, 
                 Andréa Ferreol
Género: Drama