10 de septiembre de 2012

The deep blue sea


Terence Davis
Terence Davis es de esos directores de obra muy personal que tanto emocionan a los responsables de la programación de festivales, (y a determinado sector de la crítica) a los que siempre llaman autor. En la práctica, eso significa que el autor usa, y en general abusa, de media docena (si hay suerte) de estilemas que hacen reconocible su obra aún con los ojos cerrados y sin audífonos. En el caso de Davis esto se reduce a filmar con la menor cantidad de luz posible, situar la acción de sus obras en la Inglaterra de posguerra, fotografiar incansablemente las fachadas de Londres, (o Liverpool, o Glasgow…) el empleo obsesivo-compulsivo de los flashback… el abuso de los contraluces… y poco más. En The deep blue sea estos rasgos de estilo se cumplen con un rigor que ya casi es rigor mortis. La película, basada en una obra de Rattigan, narra uno de esos pequeños sucesos tan habituales, un vulgar caso de adulterio disfrazado de amour fou que al ser un amour fou inglés resulta civilizadamente aburrido o quizá aburridamente civilizado. Y eso, el adulterio,  que en otras manos bien hubiera podido servir como ilustración para un cuento moral, en las de Davis se convierte en tediosa letanía de (cinematográficos) lugares comunes. La morosidad (otro de los rasgos estilísticos de nuestro hombre) con la que discurre la mínima acción, excesivamente subrayada por esa jalea de violín que es la música de Barber, sólo contribuye a hacer más aburridas las aventuras, y sobre todo las desventuras, pobre, de esta señora, a la que Rachel Weisz presta su bien hacer en un esfuerzo inútil por crear un poco de emoción en esta fría ensalada inglesa, intentando insuflar un poco de lógica a un personaje que no tiene ninguna. Para peor, Davis pierde por completo el control de los actores en las escenas donde debiera haber habido violencia, y en las que sólo hay gritos, con lo que la posible tensión dramática se pierde irremediablemente.  
Su casi freudiana obsesión por los contraluces y los claroscuros convierte en un fatigoso ejercicio el seguimiento de la peripecia argumental, ya de por sí confusa por la fragmentada  estructuración en continuos flashbacks, artimaña narrativa de quienes parecen no saber cómo contar una historia sin recurrir a todos los retorcimientos sintácticos posibles. Por supuesto que las tramas no lineales y las sintaxis inconexas son muy de respetar. Siempre que no se abuse de ellas, ya que entonces se convierten, como le pasa a Mr. Davis, en muletillas de un huero y amanerado barroquismo visual. Si unimos a ese galimatías narrativo el abuso de los planos largos o los lentos movimientos de cámara que sólo consiguen aburrir, por mucho que la señora Weisz se esfuerce en poner cara de sufrimiento o de pasión (contenida,  of course…) tendremos una soporífera película tan llena además de tópicos sobre lo inglés que parece casi imposible que la haya rodado un auténtico inglés. En cuanto a los actores, se salvan Rachel Weisz y el competente Simon Russell Beale. Tom Hiddleston por su parte está tan desafortunado en la composición  de su personaje que el final de la película es un alivio también por perderle de vista. (Por cierto, luego de ver las películas de este señor, me cabe una duda: los ingleses, ¿realmente se pasan la vida cantando, ya sea en bares, quiero decir en pubs, en fiestas familiares y… etc?) 
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Ficha:
Título original: The deep blue sea
Año de producción: 2011
Duración: 98 min.
País: Reino Unido - EEUU
Dirección: Terence Davis
Guión: Terence Davis
Música: Varios autores
Fotografía: Florian Hoffmeister

Reparto: Rachel Weisz, Tom Hiddleston, 
                    Simon Russell Beale, Ann Mitchell, 
                    Harry Hadden-Paton, Sarah Kants, 
                    Steve Conway, Jolyon Coy
Género: Drama