8 de abril de 2013

Fresas salvajes


Ingmar Bergman
Mucho tiempo, demasiado, sin escribir de cine en este blog. Bien está cuidarse de los alimentos, prepararlos y ofrecerlos con una cuidadosa presentación, pero también hay que ocuparse del pasto espiritual, que decía un tío mío. Y hoy vamos a deleitarnos con una auténtica joya, una delicatesen para paladares exigentes, estas fresas salvajes con las que Bergman logra una de las cumbres no sólo de su filmografía sino del Cine, sí así con mayúscula. Estrenada en 1957, el mismo año que El séptimo sello (Det sjunde inseglet, otra de sus obras mayores,) en Fresas salvajes están muchas de las obsesiones personales de Bergman: la muerte, la vejez, la familia, las (casi siempre conflictivas) relaciones de pareja, el paso del tiempo… combinándose y entrecruzándose en una de las narraciones formalmente más libres y sugerentes que se hayan visto en el cine. La mezcla de pasado, sueños y presente otorga un carácter casi alucinatorio a unas imágenes que la fotografía en contrastado blanco y negro contribuye a convertir en viaje espiritual; porque Fresas salvajes es ante todo un viaje iniciático pero al revés: un viaje a la memoria, al redescubrimiento del pasado…  y a la constatación de su pérdida. Y lo que fascina es la maestría con la que se dan esas transiciones, la naturalidad con la que el espectador acepta los cambios temporales y oníricos, porque todo en esta historia fluye con la inevitabilidad de la vida misma, seguramente gracias a un recurso narrativo de verdadero maestro: el protagonista no cambia su aspecto en los flashbacks, (que en puridad no son tales,) y ahí reside la maestría del recurso estilístico: vemos siempre al mismo anciano que se mueve entre un ayer irrecuperable, claro, unos sueños que le acosan con sus presagios y un hoy que le supera.  Construido sobre un guión de férrea estructura en su aparente sencillez, una vena de nostalgia y melancolía por el paraíso/pasado extraviado en los meandros de la memoria recorre todo el film impregnando cada imagen, paraíso simbolizado por la vieja casa de campo donde se recogían esas fresas silvestres (el lugar de las fresas, es el título original) del título, y donde el viejo profesor pasara su juventud.
Perfecta, como suele en Bergman, la dirección de actores entre los que merece mención especial Victor Sjöström  por su extraordinaria interpretación, verdadero pilar que sostiene toda la historia con la infinita variedad de matices con los que enriquece su personaje, y con los que subyuga, convence y emociona ayudado por esa cámara que fija obsesivamente su mirada en el rostro del anciano, desnudándole ante nuestros ojos atónitos. Se ha dicho que Fresas salvajes es un film pesimista con un mensaje optimista… yo diría que es tan pesimista como todos los filmes de Bergman y que su mensaje es más de resignación que de optimismo porque con Fresas salvajes estamos ante una bellísima, eso sí, reflexión sobre el sentido de la vida, y siendo así un autor como Bergman difícilmente puede ser optimista. Es, en cualquier caso una obra maestra absolutamente recomendable.





Ficha:
Título original: Smultronstället
Año de producción: 1957
Duiración: 90 min.            
País: Suecia
Director: Ingmar Bergman
Guión: Ingmar Bergman
Música: Erik Nordgren
Fotografía: Gunnar Fischer

 Reparto: Victor Sjöström, Bibi Andersson,
                  Ingrid Thulin, Gunnar Björnstrand,
                  Folke Sundquist, Björn Bjelvenstam,
                  Naima Wifstrand, Jullan Kindahl,
                  Max von Sydow, Åke Fridell
Género: Drama