Roman Polanski |
Tengo la desazonadora impresión de que una, vez más, nos están vendiendo un modesto plato combinado como si fuera una refinada delicatesen para gourmets. Cierto que los ingredientes parecen de primera calidad: una (exótica) autora teatral de éxito, cuatro actores de (supuesta) primera fila, un prestigioso director… un tema con cierto morbo… Lástima que la salsa que debía unirlos no acaba de estar bien ligada y el resultado final es más decepcionante que satisfactorio. Críticos ha habido que han comparado esta modesta carnicería con la auténtica escabechina ejecutada por Mike Nichols en ¿Quién teme a Virginia Woolf? (Who's Afraid of Virginia Woolf?, 1966) y es cierto que la obra de Yasmina Reza recuerda en exceso a la de Edward Albee, (cuatro personajes encerrados con ellos mismos como único juguete con el alcohol como detonante/desinhibidor con vomitona de uno de los personajes femeninos incluida) pero lo que en Albee (y en Nichols) es densidad dramática y dolorido cinismo, en Reza (y en Polanski) no pasa de ser un frívolo enredo, eso que ahora se llama una comedia-de-situación, amable subgénero televisivo que se aviene mal con las pretendidas solemnidades catárticas con las que el marketing ha envuelto este liviano entremés. Los restallantes latigazos verbales de Albee se quedan en Reza en tontorrona subversión del lenguaje políticamente correcto. Pero es que, claro, Reza no sólo no es Albee sino que ¿Quién teme a Virginia Woolf? está escrita en 1962, cuando aún no se había impuesto la moda de lo light. Sorprende más que Polanski, que ya había llevado teatro al cine en 1994 con La muerte y la doncella sobre la obra de Ariel Dorfman, parezca haber caído en la trampa de no saber si limitarse a filmar teatro o intentar algo en un lenguaje más cercano al cine y acabe incurriendo en un manierismo facilón que no es una cosa ni otra, (su composición de los planos parece siempre caprichosa y un poco como si no supiera donde colocar la cámara y acabara optando por dejarla en cualquier sitio) quizá tratando a pesar de todo de dar algún viso cinematográfico a un guión excesivamente lastrado por su origen teatral donde el efecto por acumulación puede funcionar, como esa continua interrupción a cargo del teléfono, chiste que quizá funcione en una comedieta de Eddie Murphy pero que aquí acaba por resultar irritante, o el continuo jueguecito de me voy-no me voy en el que alguna vaca sagrada de la crítica ha querido ver una analogía con El ángel exterminador quizá sin darse cuenta de que mientras Buñuel con eso provoca desasosiego, Polanski-Reza sólo consiguen que el espectador acabe por desear que la dichosa pareja se vaya de una vez. Nos quedan los actores de (supuesta) primera fila… Bueno, pues John C. Reilly borda su papel de tópico americano conservador, buenazo-porque-el cerebro-no-le-da-para-más y Christoph Waltz hace lo propio con su abogado marrullero, dos personajes tan triviales como agradecidos. Peor suerte tienen las chicas, a las que en un arranque de (supongo) solidaridad de sexo la autora a dotado de un carácter más… cómo diría… más intelectual. Cierto que Jodie Foster nunca ha sido una gran actriz, pero aquí sobreactúa sin parar dándonos un verdadero recital de muecas y tics puramente epidérmicos, mientras que Kate Winslet, hace lo que puede, que tampoco es mucho, con el personaje más flojo del flojo cuarteto. En cuanto al final, la cosa acaba tan abruptamente que lo mismo podría haberse producido media hora antes como tres horas después. La película tiene, no obstante, una cosa buena: sólo dura 79 minutos.
Ficha:
Título original: Carnage
Año de producción: 2011
Duración: 79 min.
País: Francia - Alemania
Director: Roman Polanski
Guión: Roman Polanski, Yasmina Reza
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Pawel Edelman
Género: Comedia, Drama
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